La tarde iba dejando paso a la noche. Con un transitar lento de luces, el cielo fue abandonando su azulado manto para cambiarlo por su traje de estrellas. Los naranjas y malvas se adueñaron del firmamento. Suavemente, la hora azul abrazó el mundo.
Y allí, en el segundo piso de la casa de las palabras la habitación de la luz se fue mostrando. En los rincones el negro intenso; tras las persianas venecianas el blanco abandonaba su ser etéreo... las sombras, ocupaban su lugar en la escena.
Fluyó el ir y venir de un ratón travieso y juguetón. Bajo la diestra mano de nuestro Muñoz y la atenta mirada de nuestra Reyes, la habitación se fue haciendo visible; la habitación de la luz abrió sus alas, y los catálogos escondidos tras los clic del teclado comenzaron a ocupar la escena. Se fue llenando la habitación no sólo de luz, no sólo de palabras, ni dudas lanzadas al aire. Todo se llenó de preguntas y respuestas, de risas, de cómplices miradas y monosílabos de asentimiento y aceptación. Todo fue un cuadro de diálogo dinámico, compartido... productivo.
Y antes de que la puerta se cerrara ante sus ojos, todos satisfechos buscaron el oro líquido, la bebida que alegrara su encuentro, que sellara, bajo el estrellado firmamento, el comienzo de un camino de sabiduría y camaradería.
Ayer, veintitrés de mayo del año 2018, los jinetes de la luz alzaron sus miradas... el flujo de trabajo había comenzado con éxito. ¡Cómo no podía ser de otro modo!
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