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lunes, 1 de diciembre de 2014

Sirocco


Y, ¿por qué no vamos a Granada? ¿A la Alhambra?” Porque todo gran viaje comienza con un instante parecido, una idea, un lugar que visitar, y en nuestro caso, un lugar que fotografiar.




Y así fue, tras unos meses de esa frase, llegó el día. Temprano, muy temprano para algunos, estábamos los compañeros dispuestos a visitar y fotografiar desde todos los ángulos, ese gran monumento histórico, que tan cerca tenemos, y que a personas de todo mundo atrae.
Eran las seis y media de la mañana y los pocos participantes en ésta ocasión, partíamos hacía Granada, directos a lo más alto de la ciudad, esa maravilla arquitectónica llamada Alhambra. 
Llegamos con la hora justa, y corriendo entramos al recinto, directos a los Palacios Nazaríes donde teníamos hora de entrada, y no se nos podían escapar. Entusiasmados con el lugar sacamos nuestro armamento, las cámaras, teniendo en mente esas grandes fotografías que nos queríamos llevar a casa, esas que vemos preciosas en estampas, pero que queremos que lleven nuestra firma, nuestro punto de vista… pero de repente, llegaron los “guiris”. Habíamos pensado en todo, en el horario, en el tiempo, en el escenario y sus posibilidades, incluso nos habíamos empapado de algo de historia con algún que otro documental, pero se nos olvidó un pequeño detalle; No estábamos solos, miles de turistas visitan el monumento cada día, y ellos, como nosotros, tienen derecho de llevarse a casa su instantánea tan deseada. 

Así que ahí estábamos, con nuestras grandes ideas, nuestros magníficos equipos, apoyados cada uno en un rincón de la Alhambra (ssshhhh que no se enteren los de seguridad), con la cámara en la mano, viendo pasar turista tras turista que posaba junto a su Smartphone de última generación para subir de inmediato a la red ese maravilloso selfie del que tan orgulloso se sentía. Y nosotros, esperando, esperando, esperando, pues si algo tiene la fotografía es que te arma de paciencia, y no importa el tiempo si consigues esa imagen que tanto buscas. Pero, tras ver selfie tras selfie, ejercer de fotógrafos de grupos entusiasmados y parejas emocionadas, de esperar que el niño terminara de jugar con el agua, la americana dejara de posar para el aburrido novio, de ver que se fijaban en ti colocándose delante y con su teléfono captaban en tan sólo un instante eso que ellos, no terminaban de entender, tu tardabas en fotografiar. Fue entonces, cuando hubo cambio de planes, nuestras mentes diseñaron la estrategia de cómo hacerlo en el momento que volviéramos en otra ocasión, y nos pusimos a disfrutar del lugar, e intentar sacar partido a aquello que deslumbraba nuestros ojos de otra forma, a nuestra manera. Unos siguieron la caza de los guiris, otros encontraban rincones que por segundos parecían solitarios y ajenos a tal ajetreo, y otros hicieron uso de su buen ojo y mejor paciencia.



Tras ello, una cerveza fría en pleno corazón del monumento que nos supo a gloria. Continuamos con la visita, los muros, la fortaleza, las impresionantes vistas de la ciudad desde las alturas, y los espléndidos paisajes llenos de colores otoñales que nos regalaba aquel entorno. 



De vuelta, algo original que nos llamó la atención, un grupo de novias que saltaban la comba para ser fotografiadas en aquel paraje. Y es que, todo el mundo, desea una foto de la Alhambra, y cuando estás allí, entiendes el porqué. 


Se nos pasó la mañana y casi la tarde y aún no habíamos probado bocado. Así que llegó el momento de bajar a la ciudad, y en pleno corazón de la misma, rodeamos de la multitud repusimos fuerzas. En el café, desde el interior de la cafetería, vimos como una enorme sombrilla salía volando, y como esos golpes de fuerte viento se iban repitiendo, el cielo se tornaba negro y las hojas del otoño volaban por doquier, era el Sirocco.


Pero eso, a nosotros, nos daba igual, y, al menos, una parada más nos quedaba. Nos adentramos en el barrio del Albaicín, cuesta tras cuesta hacía lo más alto, nos quedaba una estampa, la Alhambra desde el mirador de la ciudad y al fondo Sierra Nevada, esa extraña imagen de ver una construcción arábica con un fondo de montañas nevadas.





El sirocco nos fue empujando durante el recorrido, pero cuando llegamos arriba llegó su gran ataque, destrozó la cubierta de uno de los patios que se soltó y salió volando hasta aterrizar sobre la cabeza de una pobre guiri. Así que no, tampoco nos pudimos traer aquella famosa estampa. Alguna imagen, con la Alhambra entre nubes de polvo turbias, y perder volando alguna tapa, mientras aferrábamos nuestros pies al suelo, fue todo.

Fue entonces cuando tocó volver, pero en la espera del autobús, a la mitad del grupo, nos pudo nuestra cabezonería, y decidimos dar una oportunidad más, esperamos para intentar volver y captar la nocturna del lugar. Si lo conseguimos? Me temo que no, el sirocco ganó de nuevo. 

Pero esta servidora, puede que no se llevara grandes fotografías que cualquiera podemos encontrar en google, lo que si me llevé fueron buenos momentos, paisajes grabados en mi retina, risas, y gratas conversaciones junto a una copa rodeada de buena compañía, y como no, un plan para volver y, ésta vez sí, superar a los guiris, ganar al sirocco y llevarnos a casa nuestro trofeo, porque si hay algo que nos caracteriza, es nuestra cabezonería e inmensa paciencia para hacer, tan sólo eso, una foto.

Texto: María Sánchez


NOTA: Debido a las Fiestas Navideñas, retomaremos las excursiones en Enero y nos centraremos en actos más locales y solidarios.

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